Ruinas de San Andrés
Tazumal representaba la cultura; Joya de Cerén, la gente; Tecpán San Andrés, la unión entre hombre, arte y universo.
Catalogado como uno de los centros ceremoniales más importantes de la época prehispánica, durante el período clásico-tardío (600-900 d.C.), la imponente ciudad de Tecpán ejercía notable dominio sobre los asentamientos menores (aldeas aledañas), convirtiéndose en el centro de las mismas.
Su desarrollo fue notable, principalmente por las relaciones político-administrativas y económicas que mantuvo con las etnias occidentales de Honduras y las ciudades de Tazumal y Copán.
La ubicación de San Andrés permitía el contacto frecuente con toda el área centroamericana, además de que era un importante centro de maestros artesanos especializados en cerámica.
Su población (remontada a una ocupación maya-lenca) estaba estrechamente ligada a Teotihuacán (México), por la ruta comercial que existía en ese tiempo y abarcaba desde Veracruz hasta el oriente de Honduras.
San Andrés estaba estructurado como una gran acrópolis (ciudad imponente y elevada, desde la cual se controlaban los demás asentamientos), y su complejo arquitectónico estaba determinado por la orientación de sus templos y calzadas hacia la salida y puesta del sol
Con esto estaban estrechamente relacionados con el universo y todos los aspectos mágicos de los astros y las estrellas (aunque carecían de un observatorio); sin embargo la estructura conocida como «La Campana» (ahora montículo) podría ser, por su forma y elevación, un sitio dedicado para esos ritos.
En las explanadas aledañas al templo principal se ubicaban zonas para los actos públicos, así como mercados al aire libre y se construyeron estructuras escalonadas o piramidales con templos en la parte superior, que más que todo eran recintos sagrados desde donde animaban el culto popular (al sol, la lluvia, el fuego, etc.).
Estas habitaciones lucieron decoraciones con diversos elementos visuales y simbólicos, los cuales eran de exclusivo acceso a la nobleza y los gobernantes.
Un hallazgo muy significativo en una de las estructuras (la estructura 7, como se le conoce) fue de un pequeño altar de donde partían las escalinatas formadas por cinco gradas.
En el interior se hicieron pequeños hallazgos de fragmentos de figurillas, malacates, metates de tipo ceremonial y domésticos, y al escarbar cerca de los cuatro metros se topó con una pieza única en El Salvador, el «pedernal excéntrico», un cetro grisáceo que representa el perfil de una persona sentada en un banco, de los cuales sólo se conocen diez en toda Mesoamérica y se cree que fueron elaborados en el área de Belice y por el mismo artesano, porque la similitud de las fechas entre los «centros de pedernal» (El Palmar en Campeche; Quiriguá en Guatemala y Copán en Honduras) datan de una misma época: Siglo VII d.C.
Junto a esta pieza se encontró una serie de objetos a manera de ofrendas: un aguijón de pez mantaraya, un lote de siete conchas marinas del tipo Spondylus, una cuenta de jadeíta sólida de color verde grisácea claro y una punta de obsidiana de forma triangular.
Todo esto hace suponer que se debió a una ofrenda en el momento de erigir una etapa de construcción (como la primera piedra que se coloca en la actualidad), o también podría haber sido un intercambio, ya que ésta representa características de tipo maya.